De niña me desconcertaba el gusto y la facilidad con que mi abuela mataba y destazaba animales. Por sus manos vi pasar chivos, cerdos, guajolotes, gallinas y, si me animo a exagerar, hasta un becerro. Afilaba un cuchillo, tomaba algún balde y se acercaba a la víctima ignorante con aire indiferente. Sus movimientos carecían de técnica pese a saber muy bien lo que hacía. Todo lo que mi abuela tenía para sacrificar eran determinación y miles de consejos. “Que el animal no sienta miedo, para que la carne no sepa mala”; “despluma a las gallinas cuando todavía están calientes, es más fácil”; “si no inclinas bien el cuchillo no llega al corazón y el animal sufre”; “ten cuidado al abrir una guajolota, si maltratas la hueva ya no sabe tan rica”; “hay que esperar a que salga toda la sangre y luego dejarla secar un poco antes de prepararla”.
Todo esto debió aprenderlo de su padre, que fue carnicero. Un matancero apenas y no por falta de ganas u oficio, sino de práctica. Vivió siempre en un pueblo muy pobre, donde hasta las yerbas escaseaban; así que no creo que haya ejercido su oficio con mucha frecuencia. Pero poco o mucho ella aprendió con gusto a fuerza de acompañarlo a todas partes y observarlo con atención. Verlo morir siendo tan niña es una de las grandes amarguras de su vida, la simiente de todas sus desgracias.
No recuerdo cuando fue la primera vez que le ayudé a matar un animal. Lo más probable es que haya sido con un guajolote, que en algún tiempo de mi niñez fueron pieza común por mi casa. Nunca me gustó demasiado que los colgáramos boca abajo en un árbol del patio y luego les hiciéramos un tajo en la nuca. Me parecía poco honesto acuchillarlos por la espalda. Pero así como me callé muchas otras cosas, también decidí no discutirle eso a mi abuela. Cuando ella terminaba a mí me tocaba cuidarlo hasta que dejara de gotear. Mientras le espantaba las moscas y, si me animaba, terminaba de quitarle las plumas. Me gustaba mirarlo todo el rato girar sobre su eje, con las alas lánguidas, inerte. Casi nunca lo comía. No era que sintiera asco o remordimiento, simplemente la carne de guajolote no me gusta.
Me acuerdo de esto mientras veo a mi abuela desmenuzando un gran trozo de carne de venado. Se desbarata entre sus dedos como si fuera la cosa más suave. Mentira. Tampoco es la carne más sabrosa. Sin embargo el atole de venado me encanta y aprecio la oportunidad de comerlo en su forma original. Mi mamá dice que esta carne es muy obscura estando cruda. Ya cocida no tiene el mejor aspecto, es casi negra. Pero es venado y esto no se come todos los días.
Meto una tortilla en mi plato lleno de atole, para que se humedezca. Luego le echo un poco de mole, apenas lo suficiente para que pinte. Rodeo toda la mesa y me acerco a mi abuela para que me sirva carne. Solo me da unas cuantas hebras y se voltea a seguir platicando. Como sé que a estas alturas ya no me niega nada, le pido más con una sonrisa. Vuelvo a mi lugar preguntándome si mi abuela y su padre llegaron a destazar alguno de estos animales. Fantaseo con que incluso pudieran haberlo cazado ellos mismos. Estoy a punto de mencionar el asunto cuando la veo mirarse las manos y suspirar. De inmediato se rehace con un gesto y continua con esa plática que siempre nos hace reír. Me doy cuenta que no le hago falta. Ella sola puede recordar todas las cosas que le duelen y las que no.
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4 comentarios:
Esto es a lo que me referia el miércoles...eres muy buena escribiendo
me hiciste recordar a mi propia abuela y hasta solte algunas lágrimas....
Gracias por llevarme a comer!!!
¡Pero invitaste tú! Yo soy la que debe agradecerte a ti, por el paseo y por leerme.
Un beso.
El dia que yo tenga que matar un animalito, dejare de comer carne. No soy vegetariano solo pq amo el sabor de la carne y nunca he visto la muerte de uan vaquita, un borreguito, un pollo o un cochinito.
Mis peores recuerdo acerca de matar animales son 2. Una vez que soñe como decapitaban a un guajolote en la cocina de mi abuela y este se ponia a dar vueltas por todos lados(ya sin cabeza). Y el dia que oi el chillido de un conejito cuando lo mataban a unos 3-5 metros de donde yo estaba, fue horrible.
Si te hubieras criado en mi casa hubieras terminado rechazando hasta la leche materna, créeme.
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