lunes, marzo 31, 2008

Amarillo

Si algo me gustaba cuando era niña es que mi mamá me lavara los ojos. No sé para qué lo hacía, pero igual me encantaba. Preparaba un té de manzanilla muy cargado, lo dejaba enfriar, lo ponía en un lavaojos y me lo daba. Yo inclinaba la cabeza hasta pegar mi ojo al vasito de vidrio, todavía vertical y luego me echaba para atrás. Aunque siempre intenté mantener los ojos abiertos desde el principio, nunca lo logré; cerraba hasta el otro ojo. Una vez que me acostumbraba a sentir la humedad en el párpado, me animaba a dejar correr el líquido hacia adentro. Me encantaba la sensación de frescura. Era como si alguien me soplara de continuo en el ojo sin que éste se secara.

Pero lo mejor era ver el mundo color amarillo. El mantel de la mesa, el fuego de la estufa, la ventana, las plantas, mi perra, el cielo. Uno de mis mayores anhelos de entonces fue tener dos lavaojos para poder jugar con ellos todo el tiempo. Nunca supe porqué solo teníamos uno. Hubiera sido tan divertido ver el mundo de otros colores con ambos ojos al mismo tiempo... Ahora se me ocurre que hasta pude haber usado infusiones diferentes: jamaica, bugambilia, hojas de naranja o guayaba, té limón, cualquier cosa. ¿Cuántos efectos podría lograr?

No sé donde acabó el lavaojos que teníamos. Aunque lo dejamos de usar casi por completo, por años supe dónde encontrarlo. En Cuautla, en la cocina de antes de construir, mi mamá tenía dos alacenas azules en la pared contraria a la de la puerta. Además de los anaqueles centrales, estas alacenas tenían otras repisas en las esquinas, con los bordes redondeados. El lavaojos estaba en uno de esos extremos, el del lado izquierdo de la alacena de arriba, en el entrepaño de hasta abajo. Una vez que nos mudamos, lo perdí y hasta hoy no había vuelto a pensar en él.

Hoy que los ojos me arden bastante, será suficiente con darme una vuelta a la París y luego ir a casa a hacer té de manzanilla para mis dos ojitos. Nunca ha sido tan sencillo sentirse bien otra vez y por más de una razón.

viernes, marzo 28, 2008

Enojo

En días como hoy pienso que debí ver más capítulos de El diván de Valentina. Lo que es claro es que no escuché suficientes veces aquello de "Di lo que piensas, no lo actúes..."

Carajo.

miércoles, marzo 19, 2008

El fin de la infancia

Murió Arthur C. Clark. No llegó al 2010 y quizá fue lo mejor. Yo en su lugar me hubiera sentido defraudada al ver correr irremediablemente al mundo en una dirección distinta a la que señalé.

martes, marzo 18, 2008

¿Qué haré?

No lo sé. Todo es cuestión de decidir qué quiero y a qué precio. Evaluar costo contra beneficio, pros y contras. Tampoco debo perder de vista que, decida lo que decida, no todo depende de mí. Siempre estamos sujetos al arbitrio de los demás...

lunes, marzo 17, 2008

Desde mi cama

Hoy decidí no bajar al mundo. Abrí los ojos con la plena intención de no abandonar mi cama. Solo me atrincheré en las cobijas paraa leer El Extranjero de Albert Camus ("Camiú", lo pronunciaba él). Me hubiera gustado que me lo regalaran, pero comprarlo con mi sueldo también tiene su encanto.

Creo que Meursault es un tipo que se basta a sí mismo. Su actitud raya en la misantropía. ¿Cuántas veces no hemos sentido pereza, indiferencia por el entorno y sus convencionalismos, apatía total por lo que pasa fuera de nosotros? ¿Y qué hacemos? Terminamos por ceder, por salir de nuestro ensimismamiento. A regañadientes o por gusto, vencidos o no, acabamos entregándonos de nuevo al juego de todos los demás. Pero Meursault se niega y no debido a alguna gran convicción. Es simple congruencia. Ha sido un mero espectador toda su existencia y no va a cambiar sólo porque la vida se le vaya en ello. No se siente atado a las leyes humanas, morales o civiles, porque no le significan nada. En esto se asemeja a Kurtz, el protagonista de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Sin embargo Camus dibuja un personaje más crudo en tanto no le proporciona el alivio del aislamiento físico de la sociedad. Meursault tampoco se considera especial en sentido alguno. Le parece ser presa de un absurdo enorme, cuya etapa culminante él mismo desató, pero que le ha acompañado desde siempre. Sus observaciones del mundo son certeras por desapasionadas y su pensamiento final, postrero, es más producto de una reflexión lógica que de algún resentimiento. El hombre tomó una decisión y no hubo nada que lo hiciera cambiar.

Yo en cambio soy muy débil. Voy a la cocina a comer zucaritas.

domingo, marzo 16, 2008

Sin ayuda

De niña me desconcertaba el gusto y la facilidad con que mi abuela mataba y destazaba animales. Por sus manos vi pasar chivos, cerdos, guajolotes, gallinas y, si me animo a exagerar, hasta un becerro. Afilaba un cuchillo, tomaba algún balde y se acercaba a la víctima ignorante con aire indiferente. Sus movimientos carecían de técnica pese a saber muy bien lo que hacía. Todo lo que mi abuela tenía para sacrificar eran determinación y miles de consejos. “Que el animal no sienta miedo, para que la carne no sepa mala”; “despluma a las gallinas cuando todavía están calientes, es más fácil”; “si no inclinas bien el cuchillo no llega al corazón y el animal sufre”; “ten cuidado al abrir una guajolota, si maltratas la hueva ya no sabe tan rica”; “hay que esperar a que salga toda la sangre y luego dejarla secar un poco antes de prepararla”.

Todo esto debió aprenderlo de su padre, que fue carnicero. Un matancero apenas y no por falta de ganas u oficio, sino de práctica. Vivió siempre en un pueblo muy pobre, donde hasta las yerbas escaseaban; así que no creo que haya ejercido su oficio con mucha frecuencia. Pero poco o mucho ella aprendió con gusto a fuerza de acompañarlo a todas partes y observarlo con atención. Verlo morir siendo tan niña es una de las grandes amarguras de su vida, la simiente de todas sus desgracias.

No recuerdo cuando fue la primera vez que le ayudé a matar un animal. Lo más probable es que haya sido con un guajolote, que en algún tiempo de mi niñez fueron pieza común por mi casa. Nunca me gustó demasiado que los colgáramos boca abajo en un árbol del patio y luego les hiciéramos un tajo en la nuca. Me parecía poco honesto acuchillarlos por la espalda. Pero así como me callé muchas otras cosas, también decidí no discutirle eso a mi abuela. Cuando ella terminaba a mí me tocaba cuidarlo hasta que dejara de gotear. Mientras le espantaba las moscas y, si me animaba, terminaba de quitarle las plumas. Me gustaba mirarlo todo el rato girar sobre su eje, con las alas lánguidas, inerte. Casi nunca lo comía. No era que sintiera asco o remordimiento, simplemente la carne de guajolote no me gusta.

Me acuerdo de esto mientras veo a mi abuela desmenuzando un gran trozo de carne de venado. Se desbarata entre sus dedos como si fuera la cosa más suave. Mentira. Tampoco es la carne más sabrosa. Sin embargo el atole de venado me encanta y aprecio la oportunidad de comerlo en su forma original. Mi mamá dice que esta carne es muy obscura estando cruda. Ya cocida no tiene el mejor aspecto, es casi negra. Pero es venado y esto no se come todos los días.

Meto una tortilla en mi plato lleno de atole, para que se humedezca. Luego le echo un poco de mole, apenas lo suficiente para que pinte. Rodeo toda la mesa y me acerco a mi abuela para que me sirva carne. Solo me da unas cuantas hebras y se voltea a seguir platicando. Como sé que a estas alturas ya no me niega nada, le pido más con una sonrisa. Vuelvo a mi lugar preguntándome si mi abuela y su padre llegaron a destazar alguno de estos animales. Fantaseo con que incluso pudieran haberlo cazado ellos mismos. Estoy a punto de mencionar el asunto cuando la veo mirarse las manos y suspirar. De inmediato se rehace con un gesto y continua con esa plática que siempre nos hace reír. Me doy cuenta que no le hago falta. Ella sola puede recordar todas las cosas que le duelen y las que no.

sábado, marzo 15, 2008

Ironía

No entiendo este remolino a mi alrededor, todas estas mujeres gritando, la banda de viento tocando fanfarrias. Recuerdo estar de pie, aquí en el atrio, esperando a que salieras de misa. Hoy te tocaba oficiar una boda. Anoche nos reímos cuando dijiste "algún día tendré que casarte a ti". Luego me diste un largo beso en la frente y me acomodaste los cabellos antes de despedirte. Entré a casa y corrí a mi ventana para ver cómo te alejabas por la otra calle. Alcancé a verte darle unas monedas y la bendición a la vieja de la esquina. Después te perdiste en medio de la noche obscura. Tarea fácil. Negra tu ropa, negros tus ojos. Me fui a dormir pensando en la suavidad de tus manos, en tus palabras atentas.

Me despertó el ruido de los platos rotos. Mi padre llegó borracho, con las manos llenas de tierra y una ceja rota, cubierta la cara de sangre. Entró a la casa dando un portazo. Olía a aguardiente y sudor. Se había vuelto a pelear en la cantina. Se burlaron de él preguntándole si estaba esperando a que yo fuera mayor de edad para meterme a la cárcel por asesina.

Empezó a romper todo mientras aullaba mi nombre, que también es el de mi madre, que en paz descanse. Yo me hundí cuanto pude en mi cama, tratando de desaparecer, mientras él se revolvía enfurecido por la casa gritando que sí, que yo había matado a lo que él más quería, que le había quitado lo único bueno que había disfrutado, que mil veces hubiera preferido verme muerta a mí que a ella, que ojalá yo nunca hubiera nacido porque al salir de su vientre me llevé sus entrañas.

Cuando no encontró más que romper se acercó a mi cama y me sacó la cara de entre las cobijas. Apreté los labios esperando el golpe. En vez de eso empezó a llorar muy bajo y en un susurro maldijo a mi madre por querer un hijo y me maldijo a mí por tener sus ojos. Me abrazó muy fuerte y empezó a sonreír, tranquilo. Creí que ya todo había pasado, que me diría “mi niña” y se iría a dormir. Entonces me miró fijamente y me dio un pequeño beso en la boca, como a veces haces tú. Empecé a temblar de miedo. Lo miré asustada y él cubrió mis ojos. Me dio otro beso y entró en mi cama diciendo mi nombre, pero llamando a mi madre.

Desperté esta mañana con el cuerpo adolorido y un sabor amargo en la boca. Mi padre no estaba por ningún lado. Al poco empecé a recordar, como entre sueños, que al marcharse dijo que la muerte no nos había separado, pero yo me quedé sin entender. Por eso vine a verte a la iglesia, aunque sé que no te gusta. Quería preguntarte si todavía es cierto que algún día vas a casarme o si tengo que quedarme con mi padre para siempre. Cuando acabó la misa caminé hacia ti, pero la gente me rodeó. No sé si me miraste, pero después yo te perdí en medio de este ruido y todo este blanco color. Escuché gritos de sorpresa y me encontré apretando los brazos muy fuerte contra mi pecho. Ahora no me puedo separar de todas estas caras que me sonríen con sorna, me felicitan y no me dejan ir hacia ti. ¿Por qué? Ah, ya veo. Esto que tengo en las manos es el ramo de la novia.

viernes, marzo 14, 2008

Meme

* Yo tengo: ganas de verte.
* Yo deseo: que las cosas hubieran sido diferentes.
* Yo odio: sentirme impotente.
* Yo escucho: lo que me recuerda a ti.
* Yo tengo miedo: de olvidarte por completo.
* Yo lloro: muy poco esta vez.
* Yo pierdo: una oportunidad.
* Yo necesito: que te arriesgues.
* Yo le debo: poner atención a mi gato, hacer lo que él necesite.

¿Sí o no?

* ¿Tienes un diario? No.
* ¿Te gusta cocinar? Sí.
* ¿Tienes un secreto que no le hayas contado a nadie? No.
* ¿Crees en el amor? Sí.
* ¿Te bañas todos los días? Sí.
* ¿Te quieres casar? ...
* ¿Te gustan las tormentas? Sí.

¿Quién es?

* ¿La persona más rara? Yo.
* ¿La persona más molesta? Ahora, tú.
* ¿La persona que te conoce mejor? Yo.

¿Cuál es?

* ¿La frase que más usas en el msn? jja
* ¿Tu grupo favorito? Café Tacvba.
* ¿Tu mayor deseo? Sonreir.

Otras preguntas:

* Signo: Capricornio.
* Color de pelo natural: Café obscuro.
* Color de pelo que tienes: Café obscuro con dos rayitos.
* Color de ojos: Café obscuro.
* Número favorito: 7.
* Día favorito: Hoy.
* Mes favorito: ¿Noviembre?
* Estación del año favorita: Invierno.
* Deporte favorito: Bulldog.
* Café o té: Té.
* Monte o playa: Monte.
* Sol o Nieve: Nieve.

En las últimas 24 hrs. tú has:

* ¿Llorado? No.
* ¿Ayudado a alguien? Quizá.
* ¿Comprado algo? Sí.
* ¿Enfermado? No.
* ¿Ido al cine? No.
* ¿Salido a cenar? Creo que sí.
* ¿Dicho “te amo”? Por dentro.
* ¿Escrito una carta? No.
* ¿Perdido a un(a) novio(a)? No...
* ¿Hablado con alguien que hace tiempo no hablabas? No.
* ¿Escrito en un journal? Sí.
* ¿Perdido a alguien? No.
* ¿Abrazado a alguien? Sí.
* ¿Peleado con un familiar? No.
* ¿Peleado con un amigo? No.
* ¿Soñado despierto? Mucho.

Alguna vez podrías...

* ¿Comer un gusano? Sí.
* ¿Matar a alguien? Sí.
* ¿Besar a alguien del mismo sexo? Sí.
* ¿Tener sexo con alguien del mismo sexo? No creo.
* ¿Lanzarte de un paracaídas? Sí.
* ¿Cantar en un karaoke? Sí.
* ¿Ser vegetariano? Sí.
* ¿Emborracharte? Sí.
* ¿Robar en una tienda? Sí.

El original, con Paulinita.

jueves, marzo 13, 2008

Sí, pero le faltó sombra

Compré el boleto en el último minuto. Llegué al Palacio de los Deportes a la carrera y sintiéndome cansada. Metro de ida inconvenientemente atascado, metro de regreso peligrosamente vacío.

Alcancé a notar que el sonido que Café Tacvba traía era excelente, que su juego de luces era genial, hasta el set list me hizo brincar y gritar por momentos. Sin embargo el concierto nunca levantó para mí. Confieso que no le he prestado demasiada atención al SiNo y que sus canciones todavía no me prenden, pero a mí me estaba ocurriendo algo más.

Ya se me pasará. Ahora, a dormir.

miércoles, marzo 12, 2008

Color

Hoy me gusta mi tono de piel. Ya se me quitó el enrojecimiento y ahora tengo un lindo color tostado. Mi boca se oculta un poco y mis ojos parecen brillar más. Todo por un poco de sol... Me hacía falta detenerme así, por completo. Mi mayor esfuerzo fue moverme un poco, solo un poco, hacia la sombra. Hubiera preferido otra vista, pero tenía compensaciones de sobra. Mi ánimo estaba como el cielo, brillante pero con nubes.

¿Habrá alguien quejándose ahora de haberse expuesto demasiado a mí?

martes, marzo 11, 2008

Manifiesto

Quiero un ipod. Podría olvidarme más fácilmente que estoy en una oficina si tuviera música y pudiera cerrar los ojos a gusto. No tengo paredes. Ni a las cobayas se les niega eso, caray. ¿Qué somos? Yo, de momento, soy una floja. No estoy haciendo ni la quinta, ni la décima parte de lo que en su momento llegué a hacer en el trabajo. No tengo prisa en hacerlo, por otra parte. Esta vez solo voy a fluir, a subir a la azotea del edificio a las 11 de la mañana y a las 5 de la tarde para ver el tráfico de la avenida mientras como fruta, a caminar por las tiendas a la hora de la comida sin llevar un peso en la bolsa, a salir irreprochablemente a tiempo para volver a casa a acariciar este gatito que llevo dentro y que descuido durante el día. La noche es para mí.

Me escurriré en la silla cada vez que quiera, me resistiré a vestirme como edecán de la Cruz Roja, no permitiré que nada me quite el sueño y la última de mis preocupaciones siempre serán los números que aparecen en los recibos de la luz. Que la vida sean libros, música, imágenes y películas, junto con una cuenta de banco que crezca como planta tropical para hacerme libre cuando y como yo quiera, entre estas cuatro paredes o volando allá afuera.

Ganar como burócrata y vivir como persona. No quiero más.

lunes, marzo 10, 2008

Matar o morir

Todo esto, por una vez, me lo voy a guardar para mí.

jueves, marzo 06, 2008

En el andén

¿Cómo haces para perder un tren que nunca partió?

Yo tampoco lo sé, pero me queda claro cómo se siente.