jueves, diciembre 20, 2007

El salar de Uyuni

Si hay algo que no quiero repetir es pasar mi cumpleaños haciendo un viaje en camión. El 2 de enero salí con rumbo a Uyuni a las 7 de la mañana. Después de mis primeras experiencias con los transportes terrestres bolivianos no me pareció una exageración pedir en cada boletería de la terminal que me mostraran los camiones con los que prestaban sus servicios. Después de haber hecho enojar a más de una dependienta elegí para este viaje una empresa con camioncitos amarillos bastante decentes. A las 10 llegamos a Potosí donde haríamos escala por un par de horas. Aprovechando que ya conocía el lugar me fui rápidamente a probar suerte con la Casa de Moneda y a conseguir algo de comida. A mi regreso, cual no sería mi sorpresa al ver mi mochila hasta arriba de un camión tanto o más feo que todos los que había despreciado en Sucre. Me eché a reír de buena gana. Por lo menos habían respetado mi lugar junto a la ventanilla.

Las sorpresas no acabaron ahí. A pesar de que Uyuni es cabecera de departamento, la mejor ruta de acceso es una terracería; muy mala, por cierto. Además ésta era una corrida con pasillo. Esto quiere decir que no solo dejan subir a tantas personas como asientos haya, sino que también le permiten el acceso a todo aquel que pueda acomodarse en el pasillo. Nunca averigüé, pero supongo que dicha modalidad de servicio debe ser bastante barata porque la gente se hacina de manera impresionante.

Llevábamos casi tres horas de dar tumbos entre el polvo y las piedras cuando el camión se detuvo en medio de nada y los pasajeros empezaron a bajar rápidamente. Ante mi mirada de desconcierto alguien dijo "el chofer va a comer" y me bajé también. A un lado del camino había un pequeño cuarto de ladrillo gris y algunas otras paredes derruidas. Casi todos habían entrado ahí, pero el olor que profería el lugar era tan denso que me puse a buscar una piedra que estuviera a la sombra para sentarme. Después de 45 minutos de espera recordé la respuesta de la chica que me vendió el boleto cuando le pregunté a qué hora llegaríamos a Uyuni. "Entre 6 y 7 de la noche, depende del chofer." En aquel momento yo había asumido que se refería a que cada uno manejaba a velocidad diferente, pero después de semejante espera caí en la cuenta que el verdadero factor de peso era que cada uno comía a velocidad diferente.

En Uyuni, el pueblo, no hay nada. De veras nada. Pero eso era lo de menos, porque conseguí lo que quería: una rebanada de pastel para celebrar mi cumpleaños esa noche y un paseo por el salar para el día siguiente.

miércoles, diciembre 19, 2007

Cambio de año

Tengo por costumbre tomar un día del año para no hacer absolutamente nada. Esta vez le tocó al 1 de enero. No tomé fotos, no revisé mi correo, no escribí nada. Pero hice un poco más que en otras ocasiones.

A las 10 de la mañana estaba en la azotea del hotel lavando mi ropa. No crean que me desmañané ni que me la pasé mal; en lo absoluto. A pesar de haber bailado hasta la madrugada, bebido cuantas caipiriñas pude pagar y pasado un frío del demonio que no me dejaba conciliar el sueño, abrí los ojos bien temprano. No tenía sueño, el día se veía lindo y decidí aprovechar el tiempo. Después de haber estado jugando un rato con la espuma, al medio día me senté a ver como se secaba mi ropa. A mi alrededor no se escuchaba un ruido, todos seguían durmiendo. Para no molestar a nadie me tomé mi lechita y mis galletas en absoluto silencio. Traté de sintonizar alguna estación de radio, pero no encontré nada interesante. Recuerdo bien el sol claro de esa mañana, era tan tibio que quizá hasta me quedé dormida en mi silla.

Más tarde fui a un parque a ver pasar gente. Miré parejas de novios, niños en bicicletas y algunas beatas. Luego caminé por las cercanías del mercado y reconocí algunos rostros de la noche anterior. Yo debía lucir igual, con unas ojeras terribles pero sonriente. No hablé con nadie, no tenía ganas de pronunciar palabra. Di vueltas y más vueltas. En la noche me compré unas salchipapas (que son exactamente lo que se acaban de imaginar), me las comí en mi cuarto y me dormí.

martes, diciembre 18, 2007

Tarabuco

En vista de que el primer día del 2007 no habría manera de moverme de Sucre, me dispuse a explorar los alrededores. El 31 de diciembre fue domingo, día de tianguis en Tarabuco, un pueblo cercano a la capital constitucional. Allí pasé casi todo el día.

El tamaño del lugar, sus calles, su movimiento efervescente y recatado, como de esa gente que corre en pequeños pasos o se ríe con pena cubriéndose la boca, me recordaron ligeramenta a Alcozauca, el pueblo de mi madre. En mi nostalgia incluso encontraba semejanzas entre el acento de los bolivianos y el de los habitantes de la montaña de Guerrero. "Nada más falso", me decía.

Tarabuco tiene una pequeña plaza frente a la iglesia y en esas aceras se desparraman puestos callejeros que venden desde zapatos para niños hasta machetes, pasando por remedios caseros y algunas curiosidades. Después de caminar me compré un helado y me senté en una banca. Desde ahí vi como unos novios salían de la iglesia, conté cuántos perros traían un trapo rojo en el cuello y despaché amablemente a más de un pedigüeño antes de regresar a Sucre.

Fue bonito el lugar.

lunes, diciembre 17, 2007

El cerro rico del Potosí

Fui de Sucre a Potosí con la intención de estar solo unas horas. No sabía mucho de aquel lugar, pero había decidido pasarme el año nuevo en la capital constitucional, así que mi visita era de pisa y corre. Quería dar una vuelta por el centro del lugar y visitar una mina, no más.

De la ciudad me decepcioné bien pronto. El lugar no era nada lindo y los edificios como la catedral y el cabildo estaban siendo remozados (refaccionados, como dicen allá). Pronto encontré un paseo hacia el cerro del Potosí y esperé conforme la hora en que iniciaría.

Eramos seis turistas en total. Todos excepto yo, teutones. Uno de los guías hablaba fluidamente en alemán con los cuatro que iban en grupo mientras el último conversaba conmigo en un español acre, pero muy bueno. Para mi sorpresa, la combi en la que íbamos se detuvo de pronto en una calle cualquiera cuando se suponía que nos dirigíamos al Cerro. No se veía nada alrededor, ya no digamos una plaza, ni siquiera una tienda. Nos condujeron hacia una puerta desvencijada y desconfié de la situación. No me pregunten porqué, pero me tranquilicé cuando vi a uno de los guías saludando cariñosamente a un perro.

Al fondo de la casa había un cuarto con pertrechos para mineros. Nos repartieron casacas y pantalones para cubrir nuestras ropas, cambiamos nuestros zapatos por botas de hule y nos ajustaron cascos con sendas lámparas y pilas, éstas últimas, pesadísimas. Nos veíamos ridículos.

De vuelta a la combi creí que, ahora sí, iríamos al cerro. Falso. Nos detuvimos en una calle muy animada con varios comercios y gente yendo de arriba abajo. Ahí me di cuenta que había dos niñas con nosotros, eran hermanas de uno de los guías. Ellas, el alemán con el que había estado platicando y yo entramos a una de las tiendas donde apenas cabíamos. El lugar era oscuro y tenía viejos anaqueles de madera ennegrecidos por el tiempo. Había cartuchos de dinamita, bidones de combustible, botellas de alcohol y cantidad de otros objetos amontonados aquí y allá. El alemán gastó una cantidad decente de dinero en una serie de cosas que el guía le puso delante. Yo solo pagué 3 bolivianos por una bolsa de hojas de coca.

Ya no hubo más escalas, por fin íbamos al Cerro. El en camino el guía nos contó el modo en el que actualmente se explota éste. Existen cooperativas que controlan uno o varios tiros de la mina. La gente busca asociarse a los que considera más productivos, pero lo único que obtienen es el derecho de acceso porque en realidad no hay organización laboral de ninguna clase. Una vez adentro deben luchar por un espacio para excavar y terminan sacando lo que puedan cargar por ellos mismos. Los más adinerados pueden contratar trabajadores y se las arreglan para ejercer su control sobre las áreas más privilegiadas de la mina, mientras que los más sencillos deben conformarse con los pasadizos más pobres o menos accesibles.

El guía nos contó que su padre había trabajado toda su vida para la misma cooperativa. Él y sus conocidos se cuidaban unos a otros cuando encontraban alguna veta. Se turnaban para que siempre hubiera alguien en el lugar para así no perder el producto de su trabajo, por magro que fuera. Trabajando así, a destajo, el hombre se acabó los pulmones, las rodillas, la piel, los ojos. Al cabo de los años se quedó sin nada. Aunque tuvo oportunidades de dedicarse a otros oficios, nunca las tomó. El guía observó que la gran mayoría de los mineros son como los adictos al juego. Siempre están a la espera de un golpe de suerte que cambie sus vidas para siempre. Entre ellos circulan sin cesar las historias de aquellos que consiguieron cambiar su fortuna gracias a la mina, al Cerro Rico. No les importa si eso ocurrió hace 20 o 30 años, si la riqueza obtenida fue en realidad efímera o si toda la historia no es más que una mentira. Siguen esperando, apostando su vida en ello. Están los que se aferran a un solo tunel, como los jugadores que siempre ponen sus fichas sobre un único número. También hay quienes suben y bajan por los tiros con la misma ansiedad de aquellos que pasean entre las mesas sin poder decidir si harán su última apuesta en la ruleta o en el black jack. Pero esto no es un casino. Aquí no solo se trata de perder dinero, también se deja la vida. Aparte de los incontables accidentes, los derrumbes, las inundaciones; además de la merma constante de la salud, de la continua disminución de las capacidades de la gente, hay otros peligros. No recuerdo si los hechos ocurrieron cuando el guía o su padre eran niños, pero en realidad no importa. Ocurrió un día que dos cooperativas empezaron a encontrar indicios en la tierra de que se acercaban a una veta importante. Quizá de plata, si es que algo queda. Cada día bajaban más mineros para trabajar a marchas forzadas y así poder adjudicarse por completo el derecho del descubrimiento. Pero ocurrió lo peor: aunque por lados opuestos, llegaron al mismo tiempo. Se desató entonces una batalla encarnizada entre los bandos. Todos tomaron partido esperando hacerse con algo de la gloria del vencedor. Potosí se dividió en dos y los enfrentamientos, las peleas, no se hicieron esperar. Bien pronto ocurrieron los primeros asesinatos y las represalias por éstos llevaron a que se cometieran más. Las traiciones también eran frecuentes. Los mineros cambiaban de bando según parecía convenirles. Algunos que creían bajar con amigos no volvían más. Pronto la ciudad se volvió ingobernable. Nadie parecía querer mediar, mucho menos interferir. El poder económico terminó por zanjar la cuestión. Alguien puso más dinero sobre la mesa y terminó llevándose las ganancias. Dicen que siempre es así: el metal deja la tierra, pero la sangre se queda en ella.

Con historias así bajamos a la mina. Subimos antes de lo planeado porque una vez abajo sentí cómo yo iba desapareciendo, cómo cada uno de mis sentidos dejaba de funcionar, cómo mi mente se apagaba, se oscurecía y se negaba a responder. El calor había cerrado mi garganta, el polvo cegado mis ojos y el cansancio antes que el miedo se apoderaron de mi cuerpo. Logré salir porque una pequeña luz quedó encendida en mi cabeza, una ligera conciencia de que eso no era el final. Y tuve razón.

Díganme si no.

domingo, diciembre 16, 2007

¿En qué me quedé?

Reviso mis archivos y descubro con sorpresa que la última vez que subí fotos de mi viaje a Sudamérica fue el 1 de agosto. Al día siguiente di una breve explicación de mi sentir. La releo y aún la comparto, pero me he propuesto eliminar cualquier sentimiento sombrío que ose rondar esa, mi mejor experiencia.

Mañana se cumplirá un año que empecé ese viaje. Para iniciar con el siguiente, que no sé que rumbo tendrá, debo acabar con el anterior de una buena vez.

Estén pendientes.

sábado, diciembre 15, 2007

¡Pista!

Se quejan algunos de mis lectores de que no es fácil seguirle el paso a este blog. Que no hay quien les avise qué onda conmigo, cuándo hay nuevos post ni dónde. Para ellos y para cualquier otro interesado en darle seguimiento a esta página o a casi cualquier otra, tengo algunas soluciones.

La primera es que abran esta página con casi cualquier Firefox o con Internet Explorer (del 7 en adelante, me parece) y le piquen al cuadrito naranja con onditas que sale por ahí. Eso los lleva a una página en la que podrán suscribirse para recibir actualizaciones sobre este lugar.

Otra es que usen Google Reader. Si son usuarios de Gmail u algún otro servicio de Google, pueden personalizar una pestaña de su página de inicio para que aparezcan ahí las alertas sobre las nuevas publicaciones de éste y otros sitios.

Ahora que si quieren algo más exótico, hay dos fosas en las que se pueden echar un clavado y elegir a su gusto. Una está en Wikipedia y la otra en un sitio más especializado.

Suerte (:

viernes, diciembre 14, 2007

Constancia

Por si alguno de ustedes lo dudaba, Dtradd es tridimensional.

Yo ya lo vi (:

jueves, diciembre 13, 2007

Fisura

Odio perder pequeñas cosas. La credencial de la biblioteca, el perfumito de mi bolsa, la pulsera de hilos. Lo que más me molesta es creer hasta el último instante que sé perfectamente dónde están, cuándo las usé por última vez, cuál fue el último día que las vi. Un buen día me golpeo la frente con la hechos y mi certeza desaparece. La realidad se tambalea, se fuga a través de las diminutas rendijas que dejan los detalles insignificantes y ahora ausentes. Los ojos de los demás son indiferentes a esta existencia. Los hechos se desvanecen, se escurren de entre mis manos. Mi percepción se ha vuelto inútil, etérea. No tiene arraigo en el espacio, mucho menos en el tiempo.

¿Qué falta?, ¿qué sigue? ¿Qué más se ha alterado sin que lo note aún? ¿O es que todo sigue igual? ¿Los recuerdos, el pasado existen? ¿Acaso hoy recién despierto y lo demás no son sino impresiones de una ensoñación malsana y falsa? Pero, ¿para qué? ¿Qué sentido tiene? ¿Cuál es el juego y cuáles sus reglas? ¿Qué se debe hacer para ganar, qué para perder? ¿Cómo volver a confiar en lo que emana de dentro? ¿Debo ignorarlo todo?, ¿seguir sin más, como parece que hacen todos? ¿Cómo buscar ayuda en un mundo dónde el único cuerdo no es más que el único loco? ¿Cómo?

lunes, diciembre 10, 2007

Reto

Si alguien logra dejar menos de 33 casillas en blanco sin probar hipótesis ni hacer conjeturas, me avisa.

hard game 36602

sábado, diciembre 08, 2007

Somnolencia

A Cristina, por la idea.

Despierto. Hemos estado toda la tarde en el sol, tiradas en el techo sin nada que hacer. Se oyen los aviones cada cierto tiempo, subiendo y bajando. Eso me arrulló hace un rato. Los perros que se acercaron en la mañana duermen ahora junto a la reja esperando algo de comida. Comida... el chorizo estuvo rico. Se nos quemó por estar platicando, pero no nos importó. Tortillas de mano, pico de gallo, champiñones, jugo de uva. Me faltó agua simple. Tengo sed. Nos trajimos el café con leche acá arriba, pero se enfrió muy rápido. Maldito clima. A cada rato tengo que moverme para que me toque el sol. El cielo está limpio, azulísimo. No hay ni una nube para jugar a las adivinanzas. Acabo de ver que una de mis botas tiene una costura abierta. Mis botas... Las compré justo hace un año, para irme de viaje. El viaje. Hace tanto de eso. ¿Qué haré esta vez? No tengo trabajo, se acabó la escuela. El tiempo pasa sin respuestas. Me siento incómoda, molesta. Un día se va después de otro y yo no hago nada. Pero, ¿nada de qué? ¿Qué quieren los demás que haga? No, esa es fácil. ¿Qué quiero yo hacer? No sé. ¿Entonces? El sol me calienta otra vez. Mejor me vuelvo a dormir.

jueves, diciembre 06, 2007

El T-Rex

Y en mi casa se quejaban de que mi abuela siguiera religiosamente el santoral...














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miércoles, diciembre 05, 2007

¡Fiesta de cumpleaños!

Puede que esté avisando con demasiada anticipación, pero muchos de ustedes van a alejarse de sus computadoras muy pronto para lanzarse de lleno a las preposadas, reuniones de fin de año y todas esas cosas.

La cita para celebrar mis 30 años es el sábado 5 de enero a partir de las 3:00 de la tarde. Va a haber pozole, cigüeñas, piñata y pastel. La fiesta es de gorro, así que tienen que traer algo en la cabeza: unas antenitas, un sombrero, una coronita del burger king, lo que sea. Si se ponen apáticos, a lo mejor no les toca pozole (:

Esperen más detalles en sus buzones de correo.

martes, diciembre 04, 2007

Mi libro

Como no cupo en el buzón, el cartero dejó un mensaje. Los chicos fueron a buscarlo a la oficina central. Viajó cómodo, en el coche había un asiento libre para él. No le dará tiempo de conocer la ciudad; en 10 días tomará el avión. No creo que le de miedo volar, pero es seguro que no se asomará por la ventana. Cruzará el océano y lo tendré aquí, todito para mí.

lunes, diciembre 03, 2007

Esto me hace feliz



¿Y a quién no?

domingo, diciembre 02, 2007

I'm afraid from the sun. It always lies to me. It always says everithing it is going to be all right.

sábado, diciembre 01, 2007

Vacío

Somos nosotros quienes nos ponemos precio.