Hitler es el ejemplo más trillado acerca del destino. Su sino era vivir como un modesto decorador de interiores, su fatalidad es conocida por todos. Ya muchos habrán hablado acerca de todo esto. Yo solo quiero hacer notar que este ejemplo también apunta hacia una verdad insoslayable: El sino no tiene porqué ser grandilocuente. Podemos estarlo viviendo en un día cualquiera, yendo al trabajo de siempre, estudiando para un examen, comprando comida para llevar a casa. Quizá esas cosas simples sean la mejor expresión de nosotros mismos, quizá sólo eso sea lo que estamos llamados a ser. Quizá la única razón por la que estamos aquí sea para asegurar que el mundo gire, impasible, imperturbable, para que así todos podamos ver el sol a la mañana siguiente. Quizá a nosotros nos corresponda olvidarnos de nuestras ilusiones juveniles, de nuestros sueños de grandeza, de esas frases ya ni siquiera amargas que empiezan con un “yo quería ser...”.
¿Cómo saber si estamos en el camino correcto? ¿Cuándo debemos dejar de esforzarnos, de tratar? ¿Cuándo podemos decir “Sí, esto es lo mejor que yo puedo ser”? Yo creo que no hay manera. Ni la satisfacción ni la alegría me parecen una señal definitiva de que hemos acertado. Dormir tranquilos tampoco indica nada. A veces el dolor, la soledad o la angustia podrían estarnos diciendo que lo hacemos mejor. No tener todo lo que deseamos también puede ser una señal de que estamos cerca. Quién sabe.
Entonces, ¿qué hacer? ¿Nada? Se me ocurre una cosa: Vivir cada cosa que nos toca. Reir hasta que la cabeza duela, llorar hasta que nuestros ojos se sequen, abrazar si se tienen ganas, sentir rabia hasta que todo se vea negro, lamentarse, dolerse, caer y cuando todo pase levantarnos de nuevo y seguir. Pero sobre todo, sobre todo, amar hasta quedarnos vacíos.
Por lo menos eso voy a hacer yo.
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2 comentarios:
Yo te apoyo, es necesario vivir y sentir con todo el cuerpo, tanto el sufrimiento como la alegría.
Te adoro**
Aunque a veces eso duele mucho.
Yo te adoro a ti, peque.
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