Si me dejo guiar por el buen tino de los vendedores ambulantes, hoy es día de las mulitas. En la secundaria tuve un novio (el primero) al que le decían así, mula. No porque fuera mala persona, sino por su bien marcada barbilla. Ese noviazgo tuvo de todo: celos, romance, intriga y dramas al por mayor. Pese a que sólo duró una semana sus repercusiones me siguieron por años.
Pero vamos por partes. Al chico en cuestión me lo presentó mi mejor amiga de ese entonces y por un tiempo jalábamos para todos lados mi amiga, su amigo, él y yo. A ella siempre le daba mucho gusto verlo, pero decía que sólo era porque se conocían desde niños aunque yo siempre creí que al que le daba gusto ver era al amigo. Así que cuando él me pidió que fuéramos novios (nunca he vuelto a ver a nadie con semejante sonrojo en toda mi vida) no vi ningún problema en aceptar. Era muy lindo conmigo. Iba a buscarme al taller de dibujo para ayudarme con mis cosas, me invitaba golosinas en el receso, me acompañaba a tomar la combi. Uno de esos días (no sé cuál, sólo recuerdo que yo iba de shorts porque había tenido Educación Física), cuando nos estábamos despidiendo, lo noté más sonriente de lo normal. Se me quedó mirando y luego, sorpresivamente, me plantó un beso en la mejilla y se echó a correr. Al otro día me regaló un casete con varias canciones de los Beatles. Todo era perfecto hasta que llegó el fin de semana, la separación me zafó un tornillo y lo corté por teléfono. Hizo el drama de nuestras vidas, me pidió explicaciones que no pude darle y hasta su hermana me reclamó por lo mala onda que me vi. Pero ni así cambié de opinión. Ni modo.
Tan imersa había estado yo en mi fugaz idilio que no me había dado cuenta que mi amiga me veía con ojos de pistola, porque mi ahora ex-novio era el verdadero objeto de su afecto. Se puso feliz en cuanto supo de nuestro rompimiento y corrió a ofrecerle consuelo, pero se dio en la pared porque mi ex andaba tan enojado que no quería saber nada de nadie. Eso la enojó más y de plano dejó de hablarme. Esperó un tiempo y volvió a intentarlo, pero él siguió sin hacerle caso. Eso la enfureció completamente y empezó a hacer labor en mi contra: ley del hielo. Yo de por sí no hablaba con muchas mujeres en mi salón, casi solo con hombres, y mi ahora también ex-amiga al revés. No obstante su poca influencia con el sexo masculino (y no lo digo por su nulo éxito con mi ex-novio), utilizó una estrategia que hasta la fecha no deja de impresionarme por su precocidad. Ubicó a las novias de mis amigos, se las echó a la bolsa y a través de ellas consiguió que ellos dejaran de hablarme. Todo este relajo (conocer a mi ex, andar con él, cortarlo y demás) había empezado con el año escolar; para Día de Muertos no conseguí que ningún equipo me aceptara para la representación de Don Juan Tenorio de la clase de español, sin contar con que en laboratorio tenía que aventarme los experimentos yo sola y que en los partidos de voleibol mi equipo siempre perdía porque mis compañeras dirigían todos los saques a mi espalda. Así me llevé todo el segundo año de la secundaria...
Imagino que mi ex-amiga estaba feliz con los resultados obtenidos. En efecto, nadie en mi salón me hablaba. Tan feliz debe haber estado que ni le dolió que mi ex se consiguiera otra novia; hasta eran las mejores amigas. Lo inesperado de todo el asunto fue que al año siguiente, cuando me presenté para dirigir la sociedad de alumnos, gané por aplastante mayoría (94% de los votos a mi favor) porque yo me había puesto a hablar con gente de otros salones, hombres y mujeres de todos los grados. Y por si fuera poco, en aquel entonces yo andaba con un chico guapísimo de bachilleres que había conocido el año anterior cuando él todavía estaba en tercero. Y sí, las consecuencias de todo eso me siguieron por años, porque todavía en la preparatoria estuve con muchos de los amigos que hice en aquel entonces.
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5 comentarios:
ahhhh, esos dramas de la pubertad...
me hiciste recordar muchas cosas....
roger
El blog me encanto y tu nuevo descubrimiento está de lo más genial. Sólo que no logro descubrir todo lo que supuestamente debería encontrar.
Yo padecí la historia pero al revés, sólo que yo no hice esas cosas tan extrañas, no soy tan mala, astuta....
¡Te quiero montones!
Roger, amigo, qué gusto de verte. Hacía un rato que no se te veía por aquí. Un beso.
Que bueno que tú no fuiste tan mala, peque. O quizá no, quizá le hubieras terminado alegrando la vida a tu rival en amores. Beso.
Besos máas besos!!!!
Van otros para ti, Liz.
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