viernes, agosto 18, 2006

Volviendo sobre mis pasos

El otro sábado tuve antojo de pan dulce. Salí rauda y veloz con la esperanza de encontrar el puesto que se pone en Matamoros y Allende. La tarde era muy agradable, fresca y con un poco de viento. No recuerdo sí ya había llovido, pero el aire olía a tierra mojada.

Tuve mala suerte con el puestito. Quizá por ser sábado no estaba. Como mi antojo era grande (ya hasta me había imaginado mi concha de chocolate) y aún había luz, decidí buscar una panadería. Mi primer impulso fue jalar hacia Tlatelolco, pero vagamente empecé a recordar que Hugo y yo conseguíamos pan por La Lagunilla. Eché a caminar por Allende tratando de hacer un repaso mental de lo que encontraría más adelante. Cuando iba por la nevería (Allende esquina Libertad. La mejor nieve de limón de la ciudad a solo 5 pesos el vasito. Insuperables sabores de infancia.) el recuerdo se hizo más claro. Sabía que más adelante y a no muchas cuadras iba a encontrar una panadería grande.

Crucé el Eje 1 con cierto recelo, pero al poco me fui fijando en los negocios que subyacen debajo de los puestos ambulantes: un taller de composturas para trajes de charro, un restaurante de comida yucateca, un expendio de café de grano. Iba yo muy sorprendida de encontrar vida allí abajo cuando de golpe,
en la esquina de Ecuador, me encontré con los grandes vidrios de la panadería El Fénix.

El lugar es inmenso. Al fondo tiene una vinatería, venden quesos, carnes frías y abarrotes. También tienen una sección de pollos rostizados y la panadería en sí es bastante grande. Estuve dando vueltas entre los anaqueles sin saber qué escoger. Al final me quedé con dos conchas de chocolate, un moño azucarado y, mi gran despilfarro, un triangulito de pay de queso con fresas. Salí de ahí muy feliz después de haber pagado la exhorbitante cantidad de 13 pesos.

De camino a casa lo recordé todo. Este mismo recorrido lo había hecho con Héctor en varias ocasiones hace ya más de 10 años. Llegamos a ir en noche cerrada, salíamos con el tiempo justo para regresar a ver la película del once. Teníamos que andarnos con cuidado, no porque nos fueran a asaltar sino porque las obras de la línea 8 estaban en su apogeo y había hoyos, tablas y material de construcción por doquier y podíamos caernos. A mí me parecía poca cosa andar a esas horas metida en Tepito. ¿Por qué iba a importarme? Estaba con mi hermano y si él decía que estaba bien yo estaba de acuerdo. Cierto que éramos un par de mocosos, pero nunca fuimos irresponsables el uno con el otro. Así que caminar con él me daba una confianza y seguridad tácitas. Nada me importaba.

Fui pensando en todo ello hasta que entré en la casa. Vi la sala y recordé cómo estaban los sillones y la tele acomodados en ese entonces; la pequeña mesa donde comíamos, cerca de la ventana; y los libreros atiborrados, en el otro rincón. Lo recordé tendiéndose en el sillón, satisfecho con su cena y listo para desvelarse, conmigo.

Ese día el pan me supo diferente. No creo que haya sido porque lo compré en El Fenix.

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Hace días que pospongo publicar esta entrada, escribirla siquiera. Me daba miedo estar otra vez sola frente al teclado y la pantalla en blanco. Además había perdido la ruta que tenía en En la ciudad y no sabía si continuar o cambiar el rumbo. Cierto es que solo anduve cinco meses por allí, pero todos esos post los releo con gran cariño. También me daba pena y algo de tristeza ver ese sitio tan abandonado, casi podía verle el polvo acumulado encima, y sentía la necesidad de hacer algo por él, rescatarlo quizá.

Despúes de respirar hondo y profundo decidí abrir este nuevo sitio y empezar de nuevo, como ahora hago con muchas otras cosas. Todos necesitamos aire fresco de vez en cuando. Espero no extraviarme esta vez. Para eso están los puntos cardinales.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por un momento, supe que existía esa panadería por La Lagunilla, pero sin estar consciente de cuál era ni dónde estaba exactamente. Al seguir leyendo, la vi con claridad. No puedo creer que ya hayan pasado 10 años. Tuve que "hacer cuentas"; en efecto, hace ya una década de aquéllo. ¿Todavía está, en la misma cuadra, el negocio donde molían café? Aaah, qué tiempos!!
Héctor Hugo

Grimalkin dijo...

Sí, 10 años ya. Y todo parece tan cercano en el recuerdo...

El negocio de café sigue donde mismo, en ese pequeño localito con una puerta hacia cada calle. Las máquinas lucen iguales y el aroma lo invade todo. Creo que pronto volveré por allá.