Tambuco se basta para hacernos pasar momentos memorables. El grupo nos recuerda magistralmente porqué, al principio, estuvieron las percusiones. Con su sencillez mecánica inherente, Tambuco puede despertar nuestro espíritu tribal, crear una atmósfera de sueño delirante o impregnarnos de júbilo carnavalesco.
Establecido pues que Tambuco es espectáculo suficiente, dada la calidad de su ensamble y la selección de su repertorio, situémoslos ahora en un escenario tan apretujado de instrumentos que uno más sería imposible, agreguemos un dibujante al centro cuyo lienzo se proyecta continuamente por encima de todos ellos y hagamos que los cinco ejecutan una serie de obras de manera coordinada. Tendremos una experiencia visual y auditiva completa.
Esta noche, mientras Kevork Mourad formaba paisajes, personajes o bellas abstracciones con pintura acrílica, Tambuco mostraba lo mejor de sí con un arrebato y precisión envidiables. Era cautivante el modo en que se desplazaban con precaución infinita para no provocar ningún ruido ajeno al montaje y el desborde con el que ejecutaban los que sí correspondían a él. En un momento, ensamble y artista intercambiaron papeles; éste pasó a golpear, aquellos a trazar. Pero el oficio rebasó al cuarteto, que de inmediato continuó la ejecución de la obra ya no con baquetas o escobillas sino con papel y lápiz. Mourad también dió sorpresas. En un momento determinado, después de haber llenado un círculo con pequeños trazos, permaneció quieto mientras alrededor de éste se formaban rayos que lo convirtieron en sol, luego pétalos que lo volvieron flor. Al final repitió la suerte de la animación. Esa mujer que delineó alta y serena cobró vida para bailar como quizá hubieramos querido hacerlo nosotros.
Sólo hubo dos cosas que lamentar en todo esto: que la funcion sólo haya durado una hora y que la Sala Miguel Covarrubias no haya llegado ni a un tercio de su capacidad. Ustedes se lo pierden.
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2 comentarios:
Sabes que te hubiera acompañado con mucho gusto, pero no tengo ni para el paisaje. Ya habrá oportunidad. Besto.
Pues sí, ya ves que a mí no me alcanza para ir al cine contigo. Ni modo, caray.
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