miércoles, agosto 01, 2007

Sucre

Salí rumbo a Sucre la tarde del 28 de diciembre. Llegué a mi destino cerca de las 7 de la mañana sin saber hacia dónde dirigirme. En la paquetería de la terminal dejé mi mochila y sólo llevé conmigo mis objetos de valor y una muda de ropa. Me eché a caminar.

Lo inicial era resolver la cuestión del hospedaje. Era la primera vez que lo buscaba por mi cuenta y fue un tanto complicado. Pregunté en varios lugares y no dejaba de sorprenderme la gran variabilidad de precios para, prácticamente, el mismo servicio. Mientras reflexionaba cuál sería el gato encerrado en los servicios hoteleros de la ciudad me dispuse a desayunar salteñas. Las salteñas son unas empanadas horneadas de relleno dulzón y variopinto. Tienen carne, aceitunas y son muy jugosas. Con el tiempo aprendí a comerlas debidamente, quitando un pedacito y sorbiendo un poco del caldito que contienen antes de morderlas. Pero en esa primera ocasión acabé batida en grado extremo, aunque muy feliz.

Una vez con las energías repuestas me decidí por un hostal muy cercano a la plaza principal en el que pude pagar una sencilla habitación con baño privado (70B por noche). Por primera vez en más de 24 horas pude poner mi cuerpo en posición completamente horizontal, dándome cuenta que algo tan sencillo puede convertise en un lujo.

Decidida a aprovechar el día empecé a recorrer la ciudad, que es blanca y tranquila.

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