Salí corriendo de casa con varias cuestiones en la cabeza: primera, sólo traía un billete de doscientos pesos y diez moneditas de veinte centavos; segunda, ya era tardísimo; tercera y última, el Centro Cultural Universitario está re-lejos de mi casa. Fatal combinación.
Como me temía, el primer microbusero que detuve me mandó gentilmente al demonio, porque "recién iba empezanado" y no traía cambio. Así que caminé hacia el metro. A la taquillera tampoco le hizo gracia mi billete, ni siquiera cuando le pedí 25 boletos. Pero se aguantó cuando le di mis moneditas y así resolví la primera parte del trayecto. El transbordo en Guerrero se me hizo larguísimo y me dió coraje ver cómo se iba el tren estando yo a escasos 15 pasos de abordarlo. Ni modo. El resto del camino, a mirar a otro lado menos al reloj para no aumentar la ansiedad. De cualquier forma la regla sigue funcionando: la línea verde tarda, en promedio, 2 minutos por estación.
Mientras a pensar: "¿Cómo llegaré hasta el CCU? Si me voy en micro, además de la bronca del cambio, tendría que caminar desde el Imán hasta el teatro y la distancia no es poca. Llegaría tardísimo. ¿Un taxi? Sí, claro, y me quedo sin dinero para pagar la entrada. Mmmh... ¿Los sábados habrá camioncitos? No me acuerdo. Pero sería excelente, me dejarían mero enfrente del teatro y toda la cosa. Ñam. ¿Hasta qué hora funcionará el servicio? Ojalá no tarde mucho en pasar el de la Ruta 3. Chaguitos, changuitos."
Afortunadamente mis deseos siguen cumpliéndose. Pero en el camioncito ya no me pude aguantar y estuve mirando mi reloj a cada rato. Mi ansiedad no era para menos, me han tocado obras de teatro a las que no entro por no llegar justo a la hora. Un minuto tarde y ¡kaput!, hasta el intermedio. Fue lo primero que le pregunté a la señorita de la taquilla: "¿Todavía puedo entrar?" Me responde en tono cansino: "Siiiiií, no se apure". Le creí, pero casi la mato cuando se puso a contar 3 veces los 3 billetes de 50 que tenía que darme de cambio. Cuando le vi intenciones de desarrugar uno, casi se los quito de las manos.
Corrí a la entrada, y caí en manos de tres mujeres. Una me dió el programa de mano, otra cortó mi boleto despacito, despacito y la última nomás me miró feo. Pero todo fue cruzar la puerta del teatro y ya estaba yo en otro mundo.
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1 comentario:
Ah, nada como ir al teatro. Lo único mejor que llegar al teatro es salir del teatro. Y ahora, a leer la segunda parte del artículo...
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