Llevo varios días pensando en Alexei Ivánovich, pensando si él algún día logró liberarse del hipnotismo de la ruleta, de la superstición que acompañan a toda apuesta. No lo creo. No creo que nunca haya abandonado la esperanza de volver a cerrar tres mesas de juego en una noche, de redimirse de una vez y para siempre, de ganarlo todo.
Y pienso en él cuando pienso en ti. Por mucho tiempo estuve sentada a las afueras de un balneario alemán esperando una limosna que me permitiera apostar, realizar ese golpe de suerte que me devolviera todo lo perdido, todo lo deseado. Pero el otro día desperté de un sueño inquieto, pertubador, ni bueno ni malo, un poco amargo quizá y entendí que nunca tuve la menor oportunidad, que toda esperanza siempre fue vana, que toda moneda ganada sólo acentuaba la burla. Entendí que la casa siempre gana.
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6 comentarios:
Yo aún me resisto a creerlo, aunque algo dentro mío me dice que es verdad.
Te adoro**
Yo a ti, pequeña.
Sí, la casa siempre gana. Pero creo que cuando me di cuenta ya era muy tarde.
Un besto desde Manchester donde, increíblemente, pude conseguir cocos para hacer piñas coladas frescas.
Siempre es tarde, amigo. Siempre es tarde.
Besos desde esta ciudad sin alcohol.
dicen que al apostador lo tiene adicto la sensación tan intensa desencadenada antres y después de perder, no lo creo, la esperanza sí debe ser la última posesión que la casa se empeña en no recibir.
lo de la limosna suena bien romantico o como se llame el genero que desarrolló agustín lara.
Cuauhtémoc:
Hay pocas sensaciones realmente intensas en la vida. Y tan dolorosas, menos aún.
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