El fin de semana vi "Susana y los jóvenes" de Jorge Ibargüengoitia en el teatro El Galeón. En cuanto supe que iban a montarla me propuse verla. Ibargüengoitia es uno de mis escritores favoritos.
Debo decir que "Susana..." se aleja bastante del resto de las obras que le conozco al autor. No en balde se trata de su opera prima, escrita nomás para pasar el semestre. Se trata de una comedia casera, de clase media. Susana es una hija de familia que tiene que escoger entre el pretendiente que le conviene y el que se le antoja. La acción se desarrolla en los cincuentas, época en que esta ciudad era de veras otra: la Roma era una colonia popular y la Facultad de Ingeniería organizaba tés, no borracheras.
Estuve a gusto desde que entré al teatro. El Galeón tiene cuatro escenarios y unas gradas que pueden (supongo) dirigirse hacia cada uno de ellos. La escenografía fue impecable y evocativa: Sagrado Corazón con lucecitas que parpadean y carpetitas tejidas en los brazos del sillón y las mesitas. Al inicio de la obra sentí que los diálogos estaban un poco gritados, pero después todos fuimos agarrando ritmo. El triángulo se forma con una Susana odiosa y mimada sin nada que hacer realmente, un Alfredo correctísimo que sabe cómo va a ser su vida los próximos treinta años y un Tacubaya confuso y sin vocación que no encaja en ningún lugar. El resto de los personajes tienen sus momentos pero son sólo la constelación de la casa de Susana. Aunque no hay que perder de vista a Isadora, la sirvienta. No dice una sola palabra pero ni falta que le hace, es vaciadísima.
Durante 120 minutos estuve viendo una situación aparentemente simple, pero que aborda dos de mis conflictos cotidianos: el temor a descubrir que la vida es poco más que una sucesión de días en los que te levantas y te vas al trabajo y el miedo a reconocer nuestros verdaderos deseos y motivaciones.
El final es bueno. Susana hace lo mejor posible: se escoge a sí misma.
lunes, septiembre 25, 2006
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