El viernes, por una vez, llegué a tiempo al CCU. Qué digo a tiempo, con una hora de anticipación. El edificio del IIMAS donde (a veces) trabajo lleva 3 días con sólo electricidad de respaldo, como le dicen los vigilantes. Esto quiere decir que las computadoras funcionan pero las lámparas no. Eso a mí me valió sombrilla, mientras la máquina jalara yo no tenía problemas. Sin embargo, a eso de las 7 la luz natural casi había desaparecido. Caí en la cuenta que hacía un rato no veía a nadie por el laboratorio de cómputo y que el último en aparecerse por ahí fue un compañero al que, según mis amigas, le rompí el corazón el semestre pasado, que se pasó no sé cuánto tiempo mirándome desde la ventana sin que yo me diera cuenta. Si a eso le añadimos que ya he tenido que llamar a Auxilio UNAM en mi rescate porque los vigilantes cierran el edificio sin fijarse si alguien se quedó adentro entenderán porqué suspendí las labores propias de mi tesina (¡qué descaro el mío!) y me fui a la Sala Nezahualcóyotl temprano.
El concierto estaba programado para las 8:30 y yo ya había tomado asiento como 45 minutos antes. Me moría de sueño y le rogaba a todos los dioses que la espera valiera la pena. Yo sólo estaba allí por curiosa y necia, nada más. Hacía meses que había visto anunciado un concierto de armónica, me llamó la atención, hice la nota mental de ir y punto. El viernes fue de planes infructuosos y proyectos fallidos, así que me aferré a que al menos una cosa me saliera como lo había planeado. De lo contrario me hubiera ido temprano a casa, estaba rendida después de andar dando vueltas por toda Ciudad Universitaria.
No tenía idea qué clase de piezas iban a tocarse y tampoco presté atención al acompañamiento. Como les dije, solo presté atención a la parte que decía armónica. Mientras entraba a la sala consideré que podría tratarse de una orquesta tocando piezas clásicas a las que se les añadirían solos con dicho instrumento. Pero no, en el escenario había únicamente un piano y dos atriles. Faltaba más de media hora para que se resolviera el misterio.
Cuando vi a Toots Thielemans me di cuenta que le aceptaría cualquier cosa. Apenas pisó el escenario se guardó mi corazón en el bolsillo. Su andar era lento y un poco tambaleante. Se le calculan fácilmente más de 80 años. Sin embargo su sonrisa y sencillez eran inmensas. De lejos se notaba su alegría. La mirada expectante con que recorría la sala era igual a la de un niño entrando en una juguetería. La forma en que saludaba al público con la mano era una delicia.Lo último que se podría decir de él es que es un viejo. Sin embargo tuvo que apoyarse en Kenny Werner, el tecladista, para llegar a su lugar, mientras Óscar Castro-Neves, guitarra en mano, parecía darle ánimos. Fue penoso ver los esfuerzos que hizo para subir a la silla, demasiado alta, dispuesta para él. Después de un rato sus piernas quedaron colgando, sin apoyo alguno. Sin inmutarse sacó su armónica del bolsillo y comenzó a tocar encantadoramente. La imagen era perfecta, parecía un chiquillo sentado al borde de un río matando el tiempo en una tarde calurosa.
El trío improvisó jazz y tocó bossa nova, principalmente. Yo me sorprendí de hallarme tan complacida con géneros que rara vez disfruto y que nunca busco por mi cuenta. Lamento poder decir muy poco acerca de lo que escuché. Como dije, el tipo de música no me era muy familiar y fue la primera vez que escuché más de una pieza con armónica, así que me es difícil transmitir mis impresiones a otros. Sólo puedo decirles que nunca me había divertido tanto con los sabores de una improvisación. Las del viernes eran juguetonas, relajadas, completamente lúdicas. Nadie se preocupaba por el virtuosismo, pese a que se necesita mucho para lograr interpretaciones tan logradas. Thielemans hacía ligeras indicaciones para diltar la duración de algunas partes que le gustaban particularmente. Salvo eso, parecía que el ir y venir entre el piano y la armónica era natural, como fijo de antemano y al mismo tiempo tan flexible. La guitarra estaba francamente perdida las más de las veces porque el micrófono correspondiente tenía muy poco volumen.
Toda la primera parte estuve pensando si lo que escuchaba eran varias piezas o una sola con varios moviemientos, así de integrado era su estilo que nunca me pareció repetitivo o cansino. En la segunda parte tocaron algunas cosas que en su momento cantó Sinatra, "What a wonderful world" de Armstrong y la primera canción bossa nova que fue grabada hace casi 50 años. (Ese día no entendí el título, pero la red apunta hacia "Cega de Saudade". Sin embargo no he podido corroborar que su autor la haya traducido al inglés y ese es el único otro dato que tengo.)
La sala estaba abarrotada. Los boletos para los primeros pisos estaban agotados de hacía tiempo y en el último había gente sentada en las escaleras o de pie en los pasillos. El público respondía a las caras ocurrentes de Thielemans y guardaba un silencio inmediato ante sus palabras. Las ovaciones de pie no se hicieron esperar y, cosa rara, no me parecieron desproporcionadas.
Fue un concierto bastante bueno y largo. Eran las 10:30 cuando dejamos la sala y me tomó una hora larga llegar a casa. Estaba rendida, pero disfruté mucho desvelarme ese día.
lunes, octubre 15, 2007
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2 comentarios:
Yo fui al concierto también. Me gustó mucho salvo que el público empezaba a aplaudir a media cancion cada vez que se emocionaban, interrumpiendo al trío, incluso una vez dijeron ellos al micrófono que habían otras formas de mostrar apoyo. Y los que se ponían a gritar, qué pena me dió uue los interrumpieran, incluso verguenza. Toots es un músico muy, muy reconocido, y la verdad es yo disfruté muchísmo la oportunidad que se dió de irlo a ver en vivo. Es una lástima que se haya portado así el público.
Sí, hubo un punto en que los gritos fueron excesivos. Aún así lo disfruté mucho y veo que tú también.
Gracias por la visita y el comentario.
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