Cuando cayó el telón yo seguía clavada en el asiento. Era tal mi emoción que ni siquiera atiné a aplaudir. Seguía atravesada por el dolor del Duque de Ferrara, el final repugnante de Casandra y, sobre todo, por el abismo de soledad y abandono que se cerró sobre el Conde Federico justo antes de ser asesinado.
Al principio, mi poca costumbre a la forma, a los versos y al lenguaje, entorpecieron mi entendimiento. Poco después ya me movía junto con esos personajes que iban de un lado a otro de ese escenario tan desnudo, con apenas una silla y un piano.
Mujeres utilizadas y volubles, hombres poderosos e insensibles, hijos melancólicos pero resueltos. Todo estaba allí, la tragedia era inminente. Yo deseaba, rogaba que el conflicto tuviera otra salida, que existiera otra solución. Pero el hombre se impuso al padre y el honor rebasó al amor. Ahora por Ferrara rondan los fantasmas de dos amantes insensatos y del hombre que tomó sus vidas sin el consuelo de ofrendar la propia.
lunes, octubre 16, 2006
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