miércoles, octubre 17, 2007

Caidas

Cuando eres pequeño y estás aprendiendo a caminar te caes muy a menudo. Las primeras veces lloras, más por la perplejidad que por el dolor. Nunca caes desde muy alto. Te acostumbras rápidamente y con el tiempo no te ocurre más. Luego, cuando niño, te caes por intentar subir a un árbol, por correr detrás de una pelota, por llegar a la base antes que nadie. Tus caidas tienen sentido. No lloras a menos que sea estrictamente necesario y miras tus rodillas raspadas con orgullo.

Después, cuando eres adolescente ya no te mueves tanto, pero sufres caidas de otro tipo. Amorosas principalmente. Y el proceso es muy similar: primero son cosas pequeñas que olvidas casi de inmediato mientras aprendes algunas habilidades básicas. Más tarde puedes sufrir grandes dolores si vas en pos de las grandes cosas que deseas. En el final de esa etapa se reconoce la misma inmovilidad, pero ahora de sentimientos. Ya no nos precipitamos, nos volvemos cautos y a veces hasta desconfiados. Pero nunca estamos a salvo.

Consideré todo esto ayer que me caí. Entre el desconcierto, la vergüenza y el dolor me quedé un buen rato tirada en el piso, sollozando apenas. En mi cabeza seguía escuchando el ruido que hicieron los platos al caer y me reproché mil veces haber jalado el mantel de la mesa en mi torpe intento por detenerme. No supe qué me hizo padecer más, si mi pobre cuerpo adolorido o que ya no estés aquí para consolarme por estas tonterías.

8 comentarios:

Quien Resulte Responsable dijo...

A jusgar por mi elevada experiencia en eso de caerme, diré yo que lo que más duele es que te caiga un plato sopero de los chonchos en la cara, boca abajo y en ayunas, seguido de un plato pozolero y de un molcajete con salsa roja.

Gracielita. dijo...

Creo que el dolor solitario es diferente, no importa si es mayor o menor. Cuando no está alguien para compartirlo, no es lo mismo.

(Lo anterior puede implicar un síntoma histérico de mi parte.)

Esto me recuerda a Guille esperando a su mamá para llorar a gusto su dolor.

Grimalkin dijo...

Se te olvidó la mano (del molcajete), V.

¡Claro! El buen Guille sí sabe lo que es bueno, Peque.

Anónimo dijo...

Por más que traté de imaginar como podría un plato sopero caerme en la cara estando boca abajo, no lo logré.

Realmente tu experiencia me supera, V. Espero nunca alcanzarte.

Grimalkin dijo...

¡jajaja!

Quien Resulte Responsable dijo...

¡El rebote! Nunca desprecien la energía cinética que obtiene un plato sopero de los chonchos al rebotar en el brazo del molcajete perdido mientras tú te diriges a elevada velocidad con destino a la madre tierra.

Sí, mal orden de palabras elegí, pero es que el desgraciado plato sopero de los chonchos pegó duro.

Unknown dijo...

Soy experta en eso de las caídas, propias y ajenas.
Las peores son las de a devis, desde muy alto.
Las siguientes son las de a mentis, sobre todo cuando te avientan para salvarse...

Grimalkin dijo...

Así se ve, de manera inequívoca, cuál fue el lugar que tuvimos siempre.