Hemingway dice que con la derrota viene la amabilidad, que los que han sido vencidos desarrollan una bonhomía que se explica por esa única causa. ¿Cuántas veces me he sentido vencida, destrozada, rota por dentro? Ocasiones incontables ya. La sensación de abandono que acompaña a la rendición me resulta familiar desde hace mucho. Sin embargo, si algo me han reprochado de antaño es no ser amable, al grado que hay quienes me tachan de altanera. Pobre y soberbia, dirían por ahí.
La cuestión es, ¿soy un contraejemplo a la formulación del escritor? ¿Está Hemingway equivocado? ¿Dónde puede estar el error?
Una posibilidad es que a la fecha yo no haya sufrido una derrota verdadera. Falso. No me extenderé hoy en ejemplos, pero ni mis más acérrimos detractores podrían mirarme a los ojos y sostener cosa semejante. Algunos de ellos incluso han claudicado conmigo.
Otra es que las reclamaciones que me han dirigido hayan sido mentira. No lo creo. Personas de mi entera confianza y todo mi cariño me han señalado una y otra vez tan desagradable característica de mi persona. Yo misma tengo que admitirlo. Es un arma que desenvaino con facilidad.
Podríamos concluir entonces que Hemingway está equivocado, pero en verdad no lo creo. Esa debilidad del alma, esa fatiga por lo que ya no tiene sentido nos empequeñece y nos arrastra a pensar en el otro, aunque sólo sea por la esperanza de que el otro piense en nosotros y no nos abandone. Observar nuestras propias cicatrices nos hace reflexionar sobre el dolor que podemos acarrear a otros y nos hace ser más suaves y considerados, por lo menos un poco más amables.
¿O es que por amabilidad Hemingway se refiere a la dignidad de ser amado? En tal caso no hay salida; también se equivocó conmigo.Porque nunca he sentido que se me quiera más en ninguna de las ocasiones en que me ha postrado esta vida.
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