jueves, septiembre 07, 2006

¡Pésimo!

Así estuvo el concierto de los Babasónicos anoche. No hay mejor palabra para describirlo. Debí presentirlo desde el retraso que hubo al inicio. Los primeros minutos pasaron sin problemas, incluso algunos asistentes que llegaron con retraso se felicitaban por no haberse perdido nada.

Cuando por fin subió el telón pudimos verlos en medio del escenario, estáticos, envueltos en unas túnicas color púrpura. Empezaron a tocar Ciegos por el diezmo y yo estaba feliz sintiendo como mi pecho vibraba con el sonido que traían. Era increible, distorsionado pero potente, igualito que en las tardeadas de la prepa. Cuando empezaron los acordes de Sin mi diablo, la emoción era insuperable, el público empezo a saltar y corear. Cuando todos gritamos emocionados "la verdad es que no soy nada sin mi diablo" empezó el desastre. No, Adrián no había hecho el silencio para dejar que su público estallara y las luces no se habían apagado para darle mayor dramatismo al momento: la subestación eléctrica del Auditorio se había rostizado.

De ahí ya no se pudieron levantar. Adrián se había largado del escenario haciendo un justificadísimo berrinche mientras todos, tecladista de la banda incluido, nos mirábamos perplejos. Cuando se reanudó el espectáculo el ambiente era tenso. Cierto que le estaban echando ganas pero la chispa se había disipado por completo.

Todas las rolas que tocaron fueron de sus tres últimos álbumes, excepto Corralcarraza del Trance Zomba. Traían unos arreglos con sonidos más bajos y percusiones más contundentes; sonoros y menos melódicos. Por mí no había bronca, aunque sí se extraño el sonido suavesón en Curtis. La iluminación era muy escueta, bastante inferior a la que trajeron la última vez al Metropolitan. La imagen en las pantallas era blanco y negro, con una fotografía que por momentos (y en el mejor de los casos) me hacía pensar en el Show de Ed Sullivan.

Insisto, todo fue cuesta abajo. Por más que Adrián brincaba, bailaba, jugaba con el pedestal del micrófono y demás, no se podía quitar la maldita cara de fastidio. No veía la hora de acabar. Hacia el final estaba francamente hostil con el público. Creo que no debió salir al encore (¿así se dice?) de tan mala gana. Y la verdad es que no se lo estabamos pidiendo ansiosamente. Si nadie se movió de su lugar fue por lo extendido del convencionalismo, se tenían que aventar unas rolas más.

Una de las ventajas de haber pagado 550 varos fueron ver a Diego Tuñon (en mallitas glam y toda la cosa) y a Mariano Roger tan de cerquita. Los dos (a la izquierda como siempre) están increíbles. La otra fue que tener a Anónimo junto a mí, viendo el concierto muy atento con las manitas metidas en los bolsillos. 15 segundos fatuos, los de seguridad se lo llevaron enseguida porque se nos venían encima una avalancha de chamaquitas.

Pero lo verdaderamente genial de la noche fue escuchar Irresponsable sin que mi corazoncito se inmutara.

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