jueves, agosto 31, 2006
Inferencia
En noches como la de hoy me parece que tal razonamiento es totalmente inútil porque ninguna de esas 6 mil personas va a darme un beso antes de dormir.
miércoles, agosto 30, 2006
Fruslerías
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El table que está a un lado de mi casa tiene un nuevo presentador para las chicas. A ver cuanto le dura el entusiasmo.
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¿Alguien me puede ayudar a hacer a Ludovico más chiquito? Y, ya entrados en gastos, que aparezca un poquito más abajo, por favor.
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De chiquita mi mamá y mi hermano me corregían con tanta vehemencia cuando confundía "actitud" con "aptitud" que llegué a pensar que alguna de las dos (creo que aptitud, no me acuerdo) era grosería.
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La semana que entra es el concierto de los Babas. ¿Me vuelo la clase de Muestreo o nomás me salgo temprano?
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Apenas fui al Museo de Arquitectura. Lo mejor fue ver tan de cerca las vigas de las cúpulas de Bellas Artes.
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Ya van varias veces que olvido traerme el DVD de American Splendor que está en Xalapa. A ver si en esta sí me acuerdo. También quiero ver High Fidelity, pero esa no la tengo.
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Creo que me intoxiqué con el aderezo de cilantro que preparé el fin de semana. O quizá con otra cosa, porque ninguno de los otros comensales me ha reclamado. El caso es que sigo llena de ronchitas.
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Tengo un relajo con mis libros. Algunos no los encuentro pero tengo en el librero un par que yo no compré (¿?). También me he dado cuenta que hay repetidos algunos títulos de Las 100 joyas del Milenio.
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Después de 4 meses de denodados esfuerzos con mi violín, ya puedo tocar Estrellita, estrellita en 4 versiones: 3 bien y una beta.
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Ya van 2 mañanas que José y el gato del balcón de enfrente se echan un duelo de maullidos. Parecen Jorge el bueno y Pedro el malo.
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La última vez que fui al mercado me pareció un escándalo pagar 1 peso por cada tallito de apio y sigo sin saber porqué.
martes, agosto 29, 2006
Inevitable
Mientras la veía no dejaba de pensar "¿de qué trata todo esto?". Aunque algunos dicen que el tema es el racismo, la tolerancia, la inocencia y demás, yo me inclino a creer que el eje de todo es el respeto a uno mismo; el respeto a los demás se da como una consecuencia. Atticus Finch no hace más que respetarse de manera profunda: respeta sus deseos, sus propios silencios y es congruente consigo mismo. No es ningún paladín, no pretende rescatar a nadie ni salvar al mundo. Solo se concentra en vivir su vida como cree que vale la pena vivirla y sin mayor alharaca. Por eso no levanta la cabeza cuando abandona la corte. Pese a su apariencia apocada y solitaria, se trata de un hombre decidido, con una juventud quizá convulsa y, muy a su manera, apasionado.
Me acordé de mi abuelo. Siendo apenas un adolescente, renunció a una herencia considerable con tal de poder continuar sus estudios fuera de casa. Trabajó con esmero y dedicación como maestro y director de escuelas rurales, fue presidente municipal, brasero y dueño de las tiendas más grandes y prósperas que sus pueblos adoptivos hayan visto jamás. Abandonó todo para irse al extremo del país por tener roto el corazón, aunque también llegó a ir al altar por el sencillo hecho de haber perdido un volado. Tuvo 8 hijos y muchos nietos. Prestábamos atención cuando él hablaba porque nunca lo hacía en balde. De carácter enérgico, afable y con una memoria impresionante (sabía los nombres de los ríos del país, se los habían enseñado en la secundaria), murió en paz consigo mismo algo antes de cumplir los 90 años. A sus exequias acudieron gran número de personas que, aunque con seguridad lo estimaban, primordialmente lo respetaban. No podía hacerse más con un hombre así.
domingo, agosto 27, 2006
Have you
Shocking, isn't?
sábado, agosto 26, 2006
jueves, agosto 24, 2006
José
Ayer volvió a hacerlo y debo decir que su arenero estaba impecable. Esta vez no lo pesqué con las manos en la masa, pero no hacía falta. Mientras limpiaba me acordé de Giuseppe, el gato de una amiga muy querida. Giuseppe gustaba de esta clase de happenings. Traía en jaque a toda la familia; nunca sabían ni cuándo ni dónde iban a encontrar la siguiente sorpresa. Mi amiga atribuía todos estos episodios a la avanzada edad del minino. De inmediato pensé: “Pero Giuseppe sí estaba viejo, en cambio José solo tiene...”. Ahí me paré en seco y empecé a hacer cuentas. Brenda trajo a José un febrero, pero no recuerdo con exactitud de qué año. Fue cuando Hugo y yo vivíamos en el centro y creo que cuando estalló la huelga José ya estaba en casa. Eso ubica su arribo en el 99. Sin embargo, no llegó recién nacido; según los cálculos de Brenda, José tenía unos dos años en aquel entonces. Eso lo coloca en las puertas de su décimo aniversario. Es como si cualquiera de nosotros estuviera a punto de cumplir 60 años.
Llegué a pensar que José no hacía más que reclamar su territorio, no solo en el espacio sino también en el tiempo. Ahora estoy más en casa y eso quizá lo desconcierta. Cierto que le aprovecha la mayor oportunidad tengo de apapacharlo, pero hay días en que no hago más que moverlo de un lado para otro y no lo dejo dormir en paz. O quizá la segunda ocasión no fue él, sino aquel gato pardo que a veces baja en busca de comida. No lo sé, quizá haya otra explicación. Creo que si trato de sacarle la vuelta a la cuestión de su edad es porque me hace pensar en la mía.
Hay días en que nuestra convivencia se torna difícil. Él quiere entrar al estudio, que es donde yo paso la mayor parte del tiempo, pero no puedo permitírselo debido a su afición a roer cables y rasgar papeles. A veces quiere acomodarse en mi regazo justo cuando voy a levantarme o yo quiero ocupar el sillón donde él está dormido. Además, con mis nuevos horarios, he retrasado su bocado casi dos horas y eso debe parecerle una falta imperdonable.
También pienso en mis planes. Si me voy de viaje, ¿dónde encontraré alguien que venga a cuidarlo, a ver por él y dejarlo estar, en el entendido de que la casa es de él, de José? ¿Y si algo le pasa cuando yo no esté?, ¿y si al regresar él no está más? En esta ocasión sólo se trata de un mes o así, pero ¿que pasará cuando mi ausencia sea más larga?
Lo quiero y no lo quiero. José es una constante alrededor de mí, estoy acostumbrada a él. Reconozco que nunca lo he mimado ni consecuentado demasiado, no soy muy dada a las demostraciones de cariño. Pero me gusta saberlo a mi alrededor y él cuenta conmigo en todo momento. Cuando se ha enfermado o lastimado, cuando no ha vuelto a casa, he estado con el alma en un hilo. Me gusta oirlo ronronear y que camine sobre mí en las noches. Tampoco me importa que me arañe cuando lo cepillo; me doy cuenta cuánto lo disfruta y soy incapaz de negarle ese placer. Ya cicatrizarán las heridas.
Lo nuestro me hace pensar en lo que decía Rilke: “dos soledades protegiéndose, completándose, limitándose e inclinándose una ante otra”. No hago mas que idealizar, lo sé. Pero es mi gato. No, no; no es mi gato. Es José. Y últimamente me preocupa.
sábado, agosto 19, 2006
Deudas
El primero se remonta al lejanísimo abril de este año. Sullenboyxx se declara, como yo, fan de Aurora y la Academia. Ya pensándolo un poco, debo decir que yo más bien soy fan de su disco debut, porque lo que sacaron después ni lo he escuchado. En fin, ya me he dado una vuelta por el blog de este muchacho y me dejó un buen sabor de boca, amén de varias sonrisas. Espero que nos volvamos lectores habituales mutuos.
El otro comentario es de... no sé, porque no dijo. Se trata de una duda culinaria que, lamentablemente, no estoy capacitada para resolver al cien por ciento (pero se lo hubiera dicho desde que me preguntó, ¿verdad?). El punto es que esta chica (y lo del género es pura suposición porque los hombres también cocinan, o por lo menos eso dicen) preparó pozole con maíz precocido, que yo nunca he utilizado. Por lo que me han dicho, esta presentación de maíz te ahorra el primer paso de la receta que es hacer el nixtamal y de ahí en adelante todo se debería hacer igual, tiempos de cocción incluidos. Me llama la atención su comentario de que el maíz no se abrió. Yo supondría que si el maíz ya está nixtamalizado, ya debería estar abierto. Que no haya salido rico pudo deberse a varias razones, pero lo primero que yo revisaría sería la selección de la carne. Para conseguir un buen pozole tiene que haber de todo: carnita, gordito, macizita y, sobre todo, huesitos. Estos últimos son básicos para darle sabor a todo el caldito, aunque nunca lleguen al plato de los comensales. Lo bueno es que septiembre está a la vuelta de la esquina, así tendremos un pretexto patrio para intentar la receta otra vez. Ojalá te queden ganas.
viernes, agosto 18, 2006
Volviendo sobre mis pasos
Tuve mala suerte con el puestito. Quizá por ser sábado no estaba. Como mi antojo era grande (ya hasta me había imaginado mi concha de chocolate) y aún había luz, decidí buscar una panadería. Mi primer impulso fue jalar hacia Tlatelolco, pero vagamente empecé a recordar que Hugo y yo conseguíamos pan por La Lagunilla. Eché a caminar por Allende tratando de hacer un repaso mental de lo que encontraría más adelante. Cuando iba por la nevería (Allende esquina Libertad. La mejor nieve de limón de la ciudad a solo 5 pesos el vasito. Insuperables sabores de infancia.) el recuerdo se hizo más claro. Sabía que más adelante y a no muchas cuadras iba a encontrar una panadería grande.
Crucé el Eje 1 con cierto recelo, pero al poco me fui fijando en los negocios que subyacen debajo de los puestos ambulantes: un taller de composturas para trajes de charro, un restaurante de comida yucateca, un expendio de café de grano. Iba yo muy sorprendida de encontrar vida allí abajo cuando de golpe, en la esquina de Ecuador, me encontré con los grandes vidrios de la panadería El Fénix.
El lugar es inmenso. Al fondo tiene una vinatería, venden quesos, carnes frías y abarrotes. También tienen una sección de pollos rostizados y la panadería en sí es bastante grande. Estuve dando vueltas entre los anaqueles sin saber qué escoger. Al final me quedé con dos conchas de chocolate, un moño azucarado y, mi gran despilfarro, un triangulito de pay de queso con fresas. Salí de ahí muy feliz después de haber pagado la exhorbitante cantidad de 13 pesos.
De camino a casa lo recordé todo. Este mismo recorrido lo había hecho con Héctor en varias ocasiones hace ya más de 10 años. Llegamos a ir en noche cerrada, salíamos con el tiempo justo para regresar a ver la película del once. Teníamos que andarnos con cuidado, no porque nos fueran a asaltar sino porque las obras de la línea 8 estaban en su apogeo y había hoyos, tablas y material de construcción por doquier y podíamos caernos. A mí me parecía poca cosa andar a esas horas metida en Tepito. ¿Por qué iba a importarme? Estaba con mi hermano y si él decía que estaba bien yo estaba de acuerdo. Cierto que éramos un par de mocosos, pero nunca fuimos irresponsables el uno con el otro. Así que caminar con él me daba una confianza y seguridad tácitas. Nada me importaba.
Fui pensando en todo ello hasta que entré en la casa. Vi la sala y recordé cómo estaban los sillones y la tele acomodados en ese entonces; la pequeña mesa donde comíamos, cerca de la ventana; y los libreros atiborrados, en el otro rincón. Lo recordé tendiéndose en el sillón, satisfecho con su cena y listo para desvelarse, conmigo.
Ese día el pan me supo diferente. No creo que haya sido porque lo compré en El Fenix.
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Hace días que pospongo publicar esta entrada, escribirla siquiera. Me daba miedo estar otra vez sola frente al teclado y la pantalla en blanco. Además había perdido la ruta que tenía en En la ciudad y no sabía si continuar o cambiar el rumbo. Cierto es que solo anduve cinco meses por allí, pero todos esos post los releo con gran cariño. También me daba pena y algo de tristeza ver ese sitio tan abandonado, casi podía verle el polvo acumulado encima, y sentía la necesidad de hacer algo por él, rescatarlo quizá.
Despúes de respirar hondo y profundo decidí abrir este nuevo sitio y empezar de nuevo, como ahora hago con muchas otras cosas. Todos necesitamos aire fresco de vez en cuando. Espero no extraviarme esta vez. Para eso están los puntos cardinales.